He divagado en los torrentes de noches
gélidas, llenas de sombras y hastío, devorando en silencio los ecos de mis
pensamientos mudos para no sentirme en soledad y acaricié, con mis ojos, el
fondo de una estrella, pretendiendo encontrar en ella… la sabia de mi esencia.
Fui mi propio candil en las
profundidades de un cielo sin sol, sin luna; sin destello alguno que pudiera
iluminar mi búsqueda, mas jamás desistí, pues mi esperanza clavada al orillo de
mi alma, me empujaba; su tenue murmullo no cesaba de alentarme. Confié en ello,
y seguí mi derrotero.
Hoy, después de varias estaciones, de
otoños deshojados y fríos inviernos, de confusas primaveras y perdidos veranos;
de tener sensibles sensaciones de incertidumbre, he logrado hallar en el
manantial de mis silencios, una respuesta, quizá, desde mi punto de vista sobre
los almanaques transcurridos, la más cercana a mi impoluta verdad.
A pesar de haber sufrido desvariados
pensamientos, cambios de actitudes, pero, lo más importante, la sabia de mi
esencia ha sido sempiternamente alimentada con el néctar del amor, la
solidaridad sobre el más leve sentimiento, socavando la mentira, encendiendo
eterna la llama de la empatía…
¡Gracias! Señor, Padre de la eternidad,
por dejarme recorrer distintos senderos del sagrado albedrío, sin soltarme la
mano y enseñarme, siempre, a reconocer la Divina Luz de la Verdad.
Jorge Aimar Francese Hardaick
Argentina
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