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domingo, 20 de mayo de 2012

TU CUNA REAL

Hoy después de catorce años
te miro a los ojos y siento dentro de mi ser
cosa que ni la muerte me han de arrancar,
algo muy mio y que celosamente
guardo en el centro de mi corazón.
Cuando en el vientre de tu madre me apoyaba
sentía que algo mio existía,
escuchaba tu corazoncito latir
como estrellas titilando en el firmamento
y se me hacia carne al sentir sobre mis manos
como te acomodabas dentro de tu cuna real
de la que no deseabas salir.
Ese día llego y ansioso te vi nacer,
me daba cuenta que a esta vida
habíamos traído un hermoso ser.
Toda mojadita, acurrucadita 
y muy pequeñita envuelta en trapitos 
te colocaron sobre el pecho de tu madre.
Con tus ojitos pequeños y cristalinos 
como agua de manantial,
parecías buscar algo que ya nadie 
te podría devolver, tu cuna real.
Yo casi no podía creer cuando 
en mis brazos te recostaron
y dirigiste tus ojitos a los míos
dándome cuenta que en mi vida
algo mejor no podía suceder.
Temor sentí al palpar tu suave piel
como pétalo de una rosa,
frágil te noté como un cristal
que temor me invadió al notar
como te acomodabas contra mi pecho.
Fue entonces que escuche la voz de tu ser
un llanto que algo me estaba enseñando,
no por casualidad estarías buscando
ese alimento que al alcance siempre tenias
dentro de tu cuna real.
Los días fueron pasando
y de vez en cuando debía bañarte,
cambiarte y hasta perfumarte,
parecías entonces un pimpollo,
un pimpollo renaciente que yo 
besaba y acariciaba
estrechándolo en mi pecho.
Soledad fue tu nombre,
quizá por que esa palabra 
nació conmigo y sentí la necesidad 
de arrancarla de adentro mio,
nunca se me ocurrió un nombre 
más bello, tan callado,
silencioso como la luz de la luna
cuando abraza valles y montañas,
prados y jardines llenos de flores
como esperando sus caricias y su frescura
igual a las que tu sentías dentro de tu cuna real.
Gateando entre mis pies
los números del almanaque fueron cayendo
como hojas en otoño,
cayó también la primavera
 y crecías con ella tan fresca y dulce 
como el néctar de una flor.
Entonces llegó el verano 
y con asombro noté en que forma 
descubrías que te podías parar
y comenzar a dar tus primeros pasitos,
algunas caídas y nuevamente a andar.
Llego el día de tu bautismo 
y como un ángel de vestido largo y blanco
como de novia te vistieron,
parecías el lucero como única estrella en el cielo,
y fuiste creciendo con inocencia
igual a la que tenías dentro de tu cuna real.
Aprendiste a hablar tan tiernamente
que tu voz abrazaba mis sentidos
y fui escuchando de manera muy dulce
como te convertías en niña.
Como un río que baja de la ladera
llegó el momento en que sentí celo,
si, yo sabía que todo el tiempo 
que pasabas a mi lado
con otros lo compartirías,
comenzabas el jardín y más tarde la escuela.
Te vi caminar con tu guardapolvito blanco
como gaviota en la arena de una playa,
orgullosamente y a escondidas
derramé una lágrima sobre mi mejilla
y así seguiste creciendo tan bella 
y hermosa como capullo de seda 
protegido por la naturaleza.
Hija mía, hoy te miro a los ojos
y a pesar de la distancia que nos separa,
quiero que sepas lo mucho que te amo
y que aún siento como si estuvieras
dentro de tu cuna real.

                       Dedicado a mi hija Soledad en sus 15 años

Pensamiento escrito el 17 de marzo de 2001
Autor: Jorge Aimar Francese Hardaick
DERECHOS RESERVADOS DEL AUTOR (*)

martes, 1 de mayo de 2012

HACHERO DE BUENA ENTRAÑA

Hombre de buena entraña
que los montes recorres sin tapujos,
solamente miras hacia atrás
para ver el trabajo realizado.
Picadas y alambrados van luciendo a tu paso,
ni renuevos ni ramas deben quedar
para tu forma de trabajar.
Solamente tu conoces la soledad
de los montes por las noches,
cuando sentado descansas frente a tu fogón
esperando calentar la olla
que hierve despacito
con tu guiso de garrón.
Poco sabe el ganadero de tu sacrificio,
no conoce de tus penas ni ansiedades
pero tu con la frente bien alta
llevas a tu casa el sustento diario.
Con las manos callosas y agrietadas
por la pala, el hacha y las espinas
con ternura acaricias a tus hijos y mujer
cuando a tu rancho tu llegas.
Después de un tiempo paliando y hachando
unos días de descanso te tomas,
y cuando querés acordar,
nuevamente en el monte te internas.
El frío de las noches silenciosas
el cuero te ha hecho grueso,
durmiendo a la intemperie
entre piquiyines y caldenes
van pasando tus horas de descanso.
Al día siguiente encorvado ya rumbias
después de una mateada,
para seguir en el yugo diario
arrodillado en la tierra húmeda
buscando raíces profundas para cortar.
De vez en cuando en el monte te acordás
del bullicio de tus hijos en el pueblo,
así achicas los días pensando
llegar el fin de semana y con ellos estar.
Por todo eso hachero yo te venero
por que solamente tu conoces
el sufrimiento interior
del hombre de buena entraña,
haciendo picadas y limpieza en los montes
la confianza del ganadero vas ganando
y en tu camino recorrido vas buscando
un nuevo trabajo para tu sustento.

               DEDICADO AL TRABAJADOR  DEL MONTE EN SU DÍA.

Pensamiento escrito el: 05 de Junio de 2004
AUTOR: Jorge Aimar Francese Hardaick
DERECHOS RESERVADOS DEL AUTOR (*)