Se vestía la tarde,
de otoño,
y ante el rojo vivo
del horizonte
sus manos se entrelazaban
a las mías.
Caminamos juntos al orillo
del claro río
y entre el pliegue de sus aguas
desvestí su alma
para aferrarla desnuda
a la mía embelesada.
Era triste y profunda
su mirada,
como perdida en el tiempo,
como se pierde el perfume
del cálido viento.
Se abrazaron sus pupilas
a las mías
en el roce profundo
de nuestro primer beso,
y así, germinaban lento
las mieles y el orujo
de un amor inesperado.
Jorge Aimar Francese Hardaick
Escritor y Poeta - Argentina
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